La Argentina tiene una Madre de la Patria a la que ignora, una combatiente negra y pobre, que supo tirarles aceite hirviente a los británicos durante las Invasiones Inglesas y pelear en Salta y Tucumán con Manuel Belgrano: se llama María Remedios del Valle.
Cuando la guerra por la Independencia acabó, nadie más se acordó de ella: pasó a vender pasteles y a pedir limosnas en la puerta de la Iglesia de san Ignacio, hasta que en 1827 el general Juan José Viamonte la reconoció en la calle y le consiguió una pensión.
"¡Pero usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!", exclamó el general. La mujer le contó entonces que había ido a golpear muchas veces la puerta de su casa en busca de ayuda, pero que su personal la había echado pensándola loca.
Nacida quizás en 1767, se supone que Remedios pudo haber muerto el 8 de noviembre de 1847, es decir, hace hoy 164 años, dato que surge de la lista de asignaciones del Ejército: allí consta que cobró su último sueldo el 28 de octubre -una pensión de 216 pesos-, en tanto que en la del 8 de noviembre siguiente, una nota indica que "el mayor de caballería doña Remedios Rosas, falleció".
Pero, ¿no se llamaba María Remedios del Valle? ¿Y no era capitana? Sí, pero probablemente agradecida por el ascenso que en 1835 le dio el entonces gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, adoptó su apellido.
Remedios del Valle o Rosas perdió a su marido y a sus dos hijos en la guerra de la Independencia y fue la única mujer admitida por Belgrano en sus filas, no para entretener a sus hombres, sino para pelear con ellos, y para auxiliarlos cuando eran heridos.
Por iniciativa de Octavio Sergio Pico -presidente del Consejo Nacional de Educación durante el gobierno de Agustín P. Justo-, una calle porteña Aires lleva su nombre. También una escuela bonaerense se llama "Capitana María Remedios del Valle".
Pero allí termina todo. Su nombre aún no figura entre los de las mujeres que prestigian las calles de Puerto Maderos, ni su figura ha sido llevada jamás al bronce.
Y eso que el 28 julio de 1828, la entonces Junta de Representantes de la provincia de Buenos Aires que ese día le otorgó la pensión de 30 pesos, había aprobado por unanimidad crear una comisión que escribiera su biografía y construyera un monumento.
Recién el 26 de mayo de 2010, en la sesión de homenaje al Bicentenario, se presentó en Diputados un proyecto de ley para actualizar aquel mandato incumplido.
El expediente 7245-D-2010 lleva las firmas de las diputadas Victoria Donda y Paula Cecilia Merchán; y fue girado a las Comisiones de Cultura y de Presupuesto y Hacienda el 1 de octubre de ese año. El sumario indica: "María Remedios del Valle-Madre de la Patria. Disponer la construcción de un monumento de homenaje a su protagonismo en la lucha por la Independencia".
Tras la Revolución de Mayo, al organizarse en julio de 1810 la primera expedición auxiliadora al Alto Perú, Del Valle se incorporó junto a su marido y sus dos hijos a la 6° Compañía del Regimiento de Artillería, al mando del capitán Bernardo de Anzoátegui.
Tras varias victorias, sucedió la derrota de Huaqui, Remedios donde perdió a su familia.
Enterada de que Belgrano se aprestaba a dar la batalla de Tucumán, en la víspera se presentó y le rogó que le permitiese participar para asistir a los heridos; y aunque el general se negó, debido a los problemas de disciplina que podía desatar una mujer en tal escenario, Del Valle se las arregló para pasar al frente y alentar y asistir a la tropa, que resultó victoriosa.
Los soldados comenzaron a llamarla "Madre de la Patria" y tras la victoria de Salta, en mérito a su valor, Belgrano la nombró capitana.
Luego sobrevinieron dos terribles derrotas: Vilcapugio y Ayohuma. Del Valle fue herida de bala y tomada prisionera, y ni aun así se entregó. Ayudó a escapar a varios oficiales patriotas, lo que enfureció a los realistas.
La reprimenda fue tremenda: la sometieron a nueve días de azotes públicos que le dejaron cicatrices imborrables; pero logró escapar y reintegrarse a las fuerzas de Miguel de Güemes y Juan Alvarez de Arenales, con las que batalló hasta el final de la guerra.
De regreso a Buenos Aires, se refugió en un rancho, en las afueras de la ciudad, y para sobrevivir comenzó a vender pasteles y tortas fritas, y luego a mendigar.
El historiador salteño Carlos Ibarguren, quien la rescató del olvido, contó que cuando alguien le preguntaba por las enormes cicatrices que llevaba en sus brazos, y ella respondía que había sido herida en la Guerra de la Independencia, la gente murmuraba por lo bajo: "pobrecita, está loca".
En octubre de 1826, con 60 años a cuesta y una certificación de servicios firmada por el coronel Hipólito Videla, se presentó ante el gobierno nacional pidiendo una indemnización de 6.000 pesos en compensación por los servicios prestados a la patria y por la muerte de su marido y sus dos hijos.
El escrito, de una carilla, presentado por un tercero ya que ella era analfabeta, consignaba que fue prisionera de guerra y "azotada públicamente por nueve días", que recibió "seis heridas de bala, todas graves" y que estuvo "siete veces en capilla".
Y recordaba que "mientras ella fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército del Perú como capitana, con sueldo, según se daba a los demás asistentes y demás consideraciones debidas a su empleo", pero que como "ya no es útil, ha quedado abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando."
El gobierno nacional no hizo lugar al pedido, pero en agosto de 1827 el general Juan José Viamonte, en ese momento diputado provincial, se cruzó en su camino, la reconoció y presentó un proyecto para otorgarle una pensión como capitán de Infantería "por los importantes servicios rendidos a la Patria". Pero la guerra con el Brasil mantenía ocupadas a las autoridades y fue preciso insistir al año siguiente.
Según el diario de sesiones del 18 de julio de 1828, al abrirse el tratamiento del proyecto, Viamonte dijo: "Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna. Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la Patria desde el año 1810.
Es conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el Ejército. Es bien digna de ser atendida: presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y lleno, además, de cicatrices de azotes recibidos de los españoles".
Tomás de Anchorena también dio su respaldo: "Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército, y no había acción en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del general, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército".
Luego de un arduo debate se decidió otorgarle una pensión de 30 pesos (poco más que lo que ganaba una lavandera) como "sueldo correspondiente al grado de capitán de infantería, que se le abonará desde el 15 de marzo de 1827 en que inició su solicitud ante el Gobierno", sin considerar ningún retroactivo anterior.
El 21 de noviembre de 1829, Del Valle fue ascendida a sargenta mayor de caballería y en 1830 fue incluida en la Plana Mayor del Cuerpo de Inválidos con el sueldo íntegro de su clase.
El 16 de abril de 1835 fue destinada por decreto de Juan Manuel de Rosas a la plana mayor activa con jerarquía de sargento mayor, lo que supuso un aumento del 600% en sus haberes y explica por qué decidió llamarse de allí en más Remedios Rosas.